Por otro lado, tenemos
el valor expresivo del anuncio, que como muy bien indica el término, hace
referencia a los elementos connotativos del mismo, y por lo que puede haber numerosas interpretaciones igual de válidas.
En la introducción, las imágenes que vemos de los niños
columpiándose, jugando, riendo, tocando la guitarra y cantando transmiten la
sensación de paz y tranquilidad. Una sensación de que todo va bien, de que
estas situaciones cotidianas son las adecuadas para esas edades. También influyen en nuestra percepción el confortante
y optimista tono del comentarista que describe estas realidades junto con la agradable
música de fondo.
Sin embargo, esta feliz estampa se ve interrumpida
bruscamente cuando la situación cambia completamente. Ahora vemos una “normalidad”
muy distinta. Un chico adolescente sentado en un banco y con la única compañía
de su entorno desolador. No se le ve el rostro. Tiene la cabeza agachada. La
melodía que escuchamos ya no es alegre. Es más, ya no percibimos una melodía
sino un ritmo triste y sin sentido acompañado de la voz neutra del comentarista
que sin decírnoslo con palabras, nosotros sentimos que algo va mal. Esa imagen
no debería ser así. Esa normalidad no debería existir. Ya no hay felicidad,
relajación o placidez porque lo único que percibimos es la destrucción, la
desgracia y la soledad del adolescente alcohólico.
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